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David Tenorio
En un contexto político cada vez más polarizado, las redes sociales se han consolidado como un arma de doble filo: por un lado, son herramientas poderosas para la movilización ciudadana y la deliberación pública; por otro, se han convertido en un caldo de cultivo para la desinformación, las campañas negras y las calumnias que distorsionan el panorama electoral. En mi artículo de 2015, Las redes sociales al rescate, publicado en Revista Foreign Affairs LatinoAmérica, destacaba el potencial de las plataformas digitales para construir una sociedad más incluyente y participativa en México, señalando su capacidad para conectar a ciudadanos y políticos en un diálogo directo. Sin embargo, una década después, el escenario político actual nos obliga a replantear esta visión ante el auge de estrategias que manipulan la opinión pública y erosionan la confianza en la democracia.
En 2015, subrayé cómo las redes sociales, como Twitter y Facebook, habían demostrado su poder político en movimientos globales como la Primavera Árabe o el #YoSoy132 en México. Estas plataformas permitieron la creación de una consciencia colectiva con objetivos claros, dando voz a sectores que tradicionalmente eran ignorados por los partidos políticos. No obstante, en el escenario político de 2025, las redes sociales han evolucionado hacia un campo de batalla donde la desinformación y las campañas negras dominan el discurso. Los partidos y actores políticos, lejos de aprovechar estas plataformas para un diálogo constructivo, las utilizan para difundir narrativas manipuladas, atacar a adversarios y polarizar a la ciudadanía.
El problema no es nuevo, pero su escala es alarmante. En México, las elecciones recientes han mostrado cómo las redes sociales amplifican calumnias y noticias falsas a una velocidad sin precedentes. Bots, cuentas falsas y granjas de troles orquestan campañas para desacreditar candidatos, manipulando tendencias y generando percepciones distorsionadas. Por ejemplo, durante las elecciones de 2024, se documentaron casos en los que imágenes manipuladas y audios falsos circularon masivamente para desprestigiar a figuras públicas, recordando los escándalos que han marcado procesos electorales anteriores. Estas tácticas no solo confunden al electorado, sino que refuerzan el desencanto hacia la política, un problema que ya señalaba en 2015: la falta de confianza en los partidos y la percepción de que no representan los intereses ciudadanos.
A pesar de este panorama, las redes sociales siguen siendo un termómetro de la sociedad. Plataformas como X han reemplazado a Twitter como espacios clave para medir el pulso de la opinión pública, pero también para detectar el alcance de la desinformación. Los ciudadanos, especialmente los millennials y la Generación Z, que representan una gran proporción de los usuarios de estas plataformas, consumen información política de manera constante.
Sin embargo, la falta de alfabetización digital y la rapidez con la que se comparte contenido sin verificar agravan el impacto de las campañas negras. En este sentido, el reto que planteaba en 2015 sigue vigente: transformar las redes sociales en herramientas para una participación ciudadana informada y constructiva, en lugar de un campo minado de mentiras.
Para contrarrestar este fenómeno, es crucial que los ciudadanos y los actores políticos asuman responsabilidades compartidas. Los partidos deben abandonar las estrategias de confrontación y desinformación, optando por un uso ético de las redes que fomente el diálogo y la transparencia. Por su parte, la ciudadanía debe desarrollar un pensamiento crítico que le permita discernir entre información veraz y manipulación.
Iniciativas como Red Alas, que mencioné en mi artículo original, siguen siendo relevantes: proyectos que promuevan la participación ciudadana para combatir la corrupción, la impunidad y la desinformación son más necesarios que nunca. Además, las plataformas digitales deben implementar mecanismos más robustos para identificar y mitigar contenido falso, sin coartar la libertad de expresión.
El escenario político actual nos recuerda que las redes sociales no son inherentemente buenas ni malas; su impacto depende de cómo las usemos. En 2015, veía en ellas una oportunidad para cerrar la brecha entre ciudadanos y gobernantes, pero hoy, ante el auge de la desinformación, el desafío es aún mayor. Construir una sociedad incluyente y participativa requiere no solo aprovechar el potencial de estas plataformas, sino también neutralizar su lado oscuro. Solo así las redes sociales podrán ser, verdaderamente, un instrumento al rescate de la democracia.
X @davidtenorio
Abr 21, 2020 Rate: 0.00
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