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En 1959, un joven Mario Vargas Llosa publicó “Los jefes”, su primer libro de cuentos. En el relato que da título a la obra, un grupo de estudiantes de secundaria decide organizar una huelga contra el director del colegio para protestar por la injusticia de los horarios de exámenes.
Lo que inicia como una gesta heroica de liderazgo y resistencia, termina desmoronándose no por la fuerza de la autoridad, sino por la fractura interna de los propios líderes y, sobre todo ante la luz de la realidad que, al final provoca que la masa estudiantil, ante la puerta abierta, decida entrar a clases y dejar a los "jefes" solos en el patio.
Es difícil no evocar ese patio escolar de Vargas Llosa al observar la reciente fotografía política de México: el Zócalo desbordado en apoyo a la Presidenta Claudia Sheinbaum y, en la esquina contraria, una oposición que grita descalificaciones desde la periferia.
En la novela, los líderes rivales, el protagonista y el autoritario Lu deben treguar sus odios personales para movilizar a la escuela. En el México de hoy, la concentración masiva en favor de la Presidenta Sheinbaum, es la escenificación del liderazgo consolidado a un año de su gestión y a la aprobación a las políticas emprendidas. La presidenta entiende, mejor que nadie, que el poder no solo se ejerce, se exhibe.
La plaza llena es la muestra clara de los altos niveles de aprobación de la Presidenta Claudia Sheinbaum. La oposición se ha convertido en esos "jefes" de Vargas Llosa: un grupo de dirigentes que gritan consignas a una multitud que ya no los escucha y que, decididamente ante tantas desilusiones, les ha dado la espalda para seguir su propio camino. La oposición parece atrapada en el papel de los líderes estudiantiles que no logran conectar con el grueso del alumnado. Sus críticas a la concentración, calificándola de acarreo o adoración al líder, resuenan en una cámara de eco en las redes sociales.
La crítica opositora a la concentración en el Zócalo ha caído, una vez más, en el lugar común del desprecio. Al calificar el apoyo popular como mero "acarreo" o fanatismo ciego, la oposición comete el mismo error de soberbia que los protagonistas del cuento: creer que la gente no sabe lo que hace.
Esa miopía clasista e intelectual es su perdición. No logran ver que la gente entra a esa "aula" porque allí encuentran respuestas que los opositores, obsesionados con sus propias rencillas y abstractas defensas de instituciones que nunca sirvieron a todos, dejaron de ofrecer hace mucho tiempo. Hoy, esa oposición no termina de comprender que, para gran parte del electorado, el miedo al pasado reciente es más fuerte que los argumentos difundidos sobre un posible futuro autoritario.
Vargas Llosa dibuja a sus "jefes" (el protagonista y el rival, Lu) enfrascados en duelos de ego personal, desconectados de sus compañeros. De igual forma, la oposición mexicana parece vivir en una realidad paralela. Mientras el oficialismo llena plazas y consolida una narrativa de identidad y pertenencia, la oposición sigue peleando batallas de retórica en redes sociales, celebrando triunfos morales que no se traducen en votos.
El desenlace de “Los jefes” es brutalmente realista: cuando el director abre las puertas, el ímpetu revolucionario se disuelve. Los estudiantes entran, a sus salones. Los líderes se quedan solos, expuestos, derrotados por la realidad cotidiana.
Vargas Llosa describió con maestría la crueldad del liderazgo adolescente, que es un espejo de los opositores al régimen. En la política, como en el patio del colegio San Miguel de Piura, no importan los argumentos que puedan esgrimirse en beneficio de unos pocos, quienes hoy se presentan como paladines de la democracia y censores del gobierno en turno, “los jefes” del cuento de Vargas Llosa.
Hoy, la historia nos recuerda que la autoridad moral no se gana en el grito de la huelga, sino en lo que sucede cuando se abren las puertas. Los hechos hablan más que mil palabras.
X @David_Tenorio