Lo que empezó con una convocatoria que se replico en redes a veces con memes, a veces con mensajes creados con IA, encontró eco fuera de la CDMX; con marchas en varios estados del país y manifestaciones de solidaridad en ciudades del extranjero. Esa capacidad de viralizar una agenda local y convertirla en fenómeno nacional e incluso global es, precisamente, la marca de fábrica de esta generación.
No es un invento mexicano: alrededor del mundo, la juventud “Z” ha protagonizado oleadas de protesta en países tan diversos como Nepal, Madagascar, Marruecos o Perú, con motivos que van desde la desigualdad y la corrupción hasta la precariedad laboral y la oposición a los recortes presupuestales a servicios públicos. El denominador común es generacional: una cohorte que creció conectada y que, cuando se indigna, organiza rápido y con estética propia (sí, el sombrero de paja de One Piece es el nuevo estandarte simbólico).
El alcance de estas movilizaciones es doble. Primero, comunicacional: obligan a la agenda mediática y política a atender reclamos mas alla de la prosa institucional.
Segundo, el político-institucional: presionan para que demandas puntuales; seguridad, transparencia, rendición de cuentas, reciban respuesta concreta. Pero también tienen su punto debil: la heterogeneidad del movimiento (influencers, activistas, ciudadanos desencantados, opositores que se suben a la ola) diluye los mensajes y facilita la narrativa de sus detractores: “esto no fue espontáneo, lo organizaron otros”.
Frente a la movilización según cifras oficiales de 17,000 hasta casi un millon por parte de los organizadores, la respuesta pública ha oscilado entre la exhortación al respeto , la manifestación pacifica y la sospecha. Esa estrategia, legítima en una democracia si se prueba, peligrosa si se usa como cortina de humo, corre el riesgo de erosionar la confianza en la protesta como forma legítima de interlocución.
La viralidad que dan las redes y la ambivalencia ideológica facilitan la infiltración de consignas ajenas al bloque juvenil, lo que a su vez alimenta la narrativa de la manipulación. Por otro lado lo que parecio una cuidada y estrategica operación para contener la marcha obliga a revisar los como.
En otras palabras: la polarización actúa como acelerador y puede terminar quemando el capital cívico que genera la movilización, pero tambien la credibilidad de las autoridades. Ante las marchas y su poder de convocatoria, conviene poner atención a cada una de sus peticiones.
La cantidad de información a favor y en contra ha sido enorme, inundo las redes sociales, especialmente en formato de video, más amigable para las nuevas generaciones. La furia en redes no siempre se transforma en cambio institucional, ni tampoco desvirtua en su totalidad. La prudencia reclama escuchar, pero tampoco podemos seguir simulando que la no acción es neutral. La Generación “Z” trae un estilo: directo, estético, digital y sobre todo, impaciente. Si el Estado responde con acciones de politicas públicas robustas, habrá ganado una oportunidad. Si lo hace con descalificaciones, controles y culpas, la factura vendrá después, y será cara.
En el ámbito político, al igual que en las redes sociales, guardar silencio no implica una postura neutral; el silencio mismo constituye una respuesta ante las circunstancias. Esto cobra especial relevancia en el contexto de las movilizaciones juveniles y las protestas sociales actuales. Cuando los actores políticos optan por no pronunciarse, ese silencio puede interpretarse como falta de interés, evasión o incluso desdén hacia las demandas ciudadanas.
X @David_Tenorio