No volverán
Durante mucho tiempo la sociedad en general ha tenido la firme creencia que son los políticos, sus gobernantes, los autores del desarrollo de su país o los responsables de la ausencia de crecimiento, y están convencidos de que el impedimento se da porque no han logrado construir una estructura de pesos y contrapesos sostenible, viable y creíble.
La concentración del poder en algunas latitudes representa un freno al desarrollo. Lo que antes representaba un mecanismo de control, hoy es un obstáculo al desarrollo.
El crecimiento y desarrollo de un país dependen en gran medida de que cuenten con instituciones sólidas, autónomas e independientes. La confianza de los capitales internacionales depende de ello.
La existencia de un entorno económico y financiero exitoso no es posible sin la solidez de las instituciones y un marco regulatorio confiable y eficaz, enmarcado en la certeza del pleno funcionamiento del estado de derecho.
Pero es en los gobiernos estatales donde se ha experimentado una transformación radical, no sólo en lo económico y comercial, sino también en la creación de infraestructura y en la modificación en estructuras administrativas más eficaces, confiables y transparentes.
La reticencia al cambio, por grupos económicos o de poder añejos, nos hace difícil no recordar la famosa expresión de Tailleyrand, el estadista francés de la era revolucionaria en aquel país, respecto a los aristócratas borbones cuando volvieron del exilio generado por la revolución: “no han aprendido nada, y tampoco han olvidado”.
Sólo que en algunos casos se han ido y no volverán.