El cabildeo o lobbying parlamentario es una herramienta que le da voz a grupos de personas organizadas, al comercio o la industria, que trabajan en conjunto con el fin de influir en políticas públicas y decisiones del gobierno que atañen particularmente a la sociedad o a un sector. Es como se dice “la unión hace la fuerza”. Y la fuerza, hoy en día, es la capacidad de transitar y de influir en los parlamentos o cámaras legislativas y administraciones gubernamentales para que las acciones, leyes, normas o regulaciones beneficien a determinado sector.
Para lograr ese objetivo, los cabilderos o lobbies necesitan convencer al político de turno y a la opinión pública de que su beneficio coincide con el beneficio del conjunto de la economía y de sus respectivas sociedades. Aunque no corresponda necesariamente con la verdad.
El quid es operar para diluir regulaciones que les afecten a sus intereses, o que las leyes sean más abiertas, más permisivas o más interpretables. Y, de ser necesario, que no existan sanciones por determinadas acciones u omisiones.
Para algunos es una herramienta útil para el ejercicio de la democracia, porque el derecho a hacer peticiones al gobierno es uno de los derechos más preciados de un gobierno. El cabildeo tiene mucho tiempo entreverado en la práctica en los diferentes gobiernos del orbe, sobre todo cuando las cámaras legislativas no están bajo el control de una sola corriente política, que en esencia no sigue siendo definitorio, esto por el sistema de contrapesos que imperan hoy en sus Cartas Magnas.
Situación que es aprovechada por diferentes grupos políticos o de empresarios, que han logrado vulnerar la autonomía legislativa con el impulso de perfiles que les son absolutamente incondicionales, con la única finalidad ex profeso de obtener beneficios específicos.
La búsqueda del bien común pasa en ocasiones a segundo plano, pero lo que deben de asegurar es la transparencia al 100 por 100, se lo deben a los ciudadanos.